El próximo 28 de marzo me desvinculo del gran diario que es El Periódico de Catalunya. Después de 21 años en plantilla, primero como redactor de Deportes, del Barça, de los Juegos Olímpicos, del Tour de Francia, y desde el 2000 como reportero de información general, de investigación y, últimamente, de cronista de la ciudad de Barcelona, me llama de nuevo la existencia insegura pero libre del freelance.
(Ahora, mis amigos pueden saltarse los dos próximos párrafos, que son pocos modestos y muy comerciales.)
Es increíble la cantidad de gente que te recuerda, como periodista, de las cosas que escribía del Barça, o de los supuestos conocimientos que ventilaba en tertulias de radio y TV sobre el fútbol. Aun ahora me lo recuerdan. Pues yo, intentando reivindicar mi otra faceta periodística, sin jamás olvidarme de esa inmejorable escuela superior que es el periodismo deportivo, recuerdo que en El Periódico también me permitieron hacer grandes reportajes (gracias también a mi dominio del inglés, francés, alemán, castellano, catalá, holandés y un poquito de portugués e italiano) de conflictos raciales en Elche y Almería, de las huellas de la industria téxtil en el Ter y Llobregat, del asesinato del populista Fortuyn en mi país de nacimiento, de los atentados en el metro de Londres, de ser madre a los 40 años, de los vinos del Priorat, de treguas de ETA, de catalanes en París, de la muerte del ‘calcio’ en Italia, de 30 años del terrible accidente aéreo en Tenerife, de retratos sociales de Euskadi y Galicia ante las elecciones, de la Memoria Histórica y los cementerios de la Guerra Civil, de viajes a Nepal, Noruega, Jerez, Cerdeña y donde sea, de las entrañas sentimentales del toreo, de los secretos del Club Bilderberg, de los 50 años de Maradona, de las caras de los 4 millones (ahora 5) de parados, del monstruo ‘Fritzl’ de Amstetten, de la crisis económica en Dubai, del terremoto de Lorca, del vertido de petróleo en el Golfo de México, de la seguridad social en Suecia, etcétera…
Además, tengo cierta experiencia en soltar un rollo en la radio y la TV, tanto holandesa, española como catalana (soy Aznar al inverso: solo hablo catalán en público, no en privado), y encima he escrito una manita de libros, tres en holandés y dos en castellano.
(Ahora, mis amigos pueden volver a incorporarse a la lectura)
Pues hasta aquí un trocito de mi currículo. Intentaré a abrirme a todas las propuestas, a disfrutar un poco más de la vida, a hacer más kilñometros en mi bici, una Orbea Onyx de fibra de carbono, y a escribir, por fin, la novela que llevo 10 años en la cabeza. (Ahora, escribiéndolo, me pregunto si todas estas cosas son compatibles.)
Bueno, tengo ganas de algo nuevo. Seguramente será porque el 12 del 12 del 12 (nueve días antes del final del mundo de los Maya) espero cumplir los 50 y que aún no tengo ganas de comprarme una Harley.
Que os vaya bien a todo. Y a mí mismo, espero.
Edwin.
edwinwinkels@gmail.com
Esta semana comprobaremos cuánto deberemos pagar a Hacienda partir de ahora. Tras el anuncio de Rajoy de la subida del IRPF, en Catalunya el trabajador tributará casi tanto como en Suecia. Pero, a cambio, aquí no se cobra el mismo paro ni hay 480 días de permiso de maternidad. Este es un viaje al paraíso social.
(El pasado domingo salió en el Cuaderno de Domingo de El Periódico: http://bit.ly/xvWNQA Hoy lo alojo provisionalmente en este blog.)
Pagar a la nórdica, recibir a la española
Para eso existe la opción de coger la baja también a tiempo parcial, como cuenta Malin, una de las tres mujeres en la cafetería, con su bebé Alexander, de cinco meses, en brazos. «Preferí trabajar dos días a la semana, que me aporta además la ventaja de que esos 420 días de permiso los puedo repartir sobre más años», explica esta auditora. En Suecia, el permiso de maternidad se puede aprovechar hasta que el niño o niña tenga 8 años. «Pero la gran mayoría cogemos la baja ahora, cuando acaban de nacer», cuenta la
food manager (directora de alimentos) Therese, con su hijo Max, de cuatro meses. Ida, que tiene la misma profesión, con su niña, Kerstin, de dos meses, asiente. «Luego ya la puedes llevar a una guardería».
Muchos carritos
Las tres mujeres quedan cada jueves por la mañana en esta cafetería. Y así será, como mínimo, hasta que se les acabe ese eterno permiso de maternidad. Y no son las únicas, aparentemente. En un invierno que los suecos llaman «suave», con temperaturas que rondan los cero grados, bares y cafeterías están repletos de carritos de bebés. Y nuevamente, también con muchos papás en lugar de mamás. La tasa de natalidad en Suecia subió en el 2010 a 1,97 niños por mujer, casi al nivel del 2,13 de 1990. Ahora, igual que entonces, una renovada política de cobertura social para familias con niños ha permitido remontar el vuelo y dejar atrás valores de natalidad más bajos como los 1,68 (en 1980) y 1,50 (en 1999), para así intentar combatir el envejecimiento de la población. En España, en el 2010 la tasa de natalidad se encontraba en 1,33 niños por mujer.
«El seguro de paternidad, como lo llamamos aquí, tiene ahora un efecto notable sobre el número de nacimientos, aunque no siempre ha sido así. Va por rachas. Al poco de introducirlo, en 1974, con 180 días de permiso, tuvo su primer efecto, pero luego hubo un bajón. Han sido nuevas medidas, como alargar el permiso a 480 días y el de los padres a 60, que han surtido efecto»,explica Niklas Löfgren, especialista del sistema del departamento de familia y economía del Forsäkringskassan, la Seguridad Social de Suecia. Además, por cada niño el Estado paga a las familias, hasta los 18 años, unos 120 euros al mes.
Desde el 1 de enero de este año, una nueva regla permite a los padres coger 30 días los dos a la vez en el primer año de su hijo. Todo se hace también con la intención de crear cada vez más igualdad, fomentar la voluntad entre los padres a pedir la baja igual que las madres; ahora, la proporción ya es de un 23% de padres y 77% de madres en repartirse los días de permiso. «Si solo fueran las madres las que cogieran la baja de 480 días, las empresas dejarían de contratar a las mujeres jóvenes», según Löfgren.
Ahora, mujeres como Therese, Malin e Ida saben que cuando regresen a su empresa, les tienen que dar «el mismo puesto de trabajo de antes o uno parecido», cuenta Therese. «Y para mí, Max es mi segundo hijo en poco tiempo, pero las empresas en Suecia ya saben lo que hay».
Y no solo es eso, está la mentalización del empresariado. No se financia este costoso pero mundialmente elogiado sistema de permisos de maternidad (se cobra durante la baja un 80% del último sueldo), directamente con el también muy famoso alto impuesto que paga el trabajador sueco, sino que es el empresario que asume casi todo el coste, además de la cobertura de otros seguros. Por encima del sueldo que se paga a un trabajador, la empresa paga al Estado un 31,42% en primas para la jubilación (10,21%), la enfermedad (5,95%) y la maternidad (2,2%), entre otros conceptos. Pero en el caso de la enfermedad, la contribución va todavía más allá: desde 1992, es la empresa, y no la Seguridad Social, la que sigue pagando al empleado su sueldo en sus primeros 14 días de baja.
«Esa decisión tenía varios objetivos: intentar bajar el abuso que se hacía de la baja por enfermedad y, por el otro lado, estimular a las empresas a crear el ambiente laboral más agradable posible para sus trabajadores, para así tener menos bajas por enfermedad», dice Eva Sylwander, especialista en seguros del Försäkringskassan. En los años 60 y 80, Suecia tenía un ratio de ausencia del trabajo por enfermedad de hasta el 16%, porcentaje que ahora ha bajado a la mitad. «Y también se ha reducido el tiempo de prestación, con unos controles más severos por la enfermedad, porque hubo una época en que aumentaban mucho las bajas de larga duración», añade Sylwander.
Ahora, el trabajador recibe casi el 80% de su suelo durante los primeros 364 días de baja. Si persiste la enfermedad, tiene derecho a otros 550 días con el 75% del sueldo. Sylwander: «Pero durante todo ese tiempo, ya hemos empezado a buscar soluciones alternativas para el trabajador enfermo. A los 91 días, se empieza a mirar si dentro de la misma empresa puede realizar otro trabajo que sí sea compatible con su estado. Y después de 180 días también miramos fuera de la empresa, en el mercado laboral, para facilitar un trabajo más adecuado».
Y el trabajador, además de recibir todas estas prestaciones, ¿cuánto contribuye al firme fundamento de ayudas sociales en Suecia? Para la seguridad social la restan un 2% de su nómina. Lo que sería el IRPF, este puede variar del 30 al 55%, según el salario que recibe. Además, ese primer 30%, más o menos, no va a la caja del Estado, sino a las arcas municipales. Los impuestos de trabajo los cobra en Suecia el ayuntamiento o la comunidad regional, que son los responsables de los principales servicios que se financian con el impuesto, sobre todo los de salud y de transportes. El porcentaje puede variar según el número de habitantes y la salud económica de las arcas municipales. Si el trabajador cobra más de 43.300 euros al año, el IRPF da un salto al 50%; ese 20% extra sí va directamente a Hacienda, el 25% en el caso de los salarios superiores a 62.000 euros.
Muy sindicalista
Pero ni con los impuestos ni con su contribución del 2% a la Seguridad Social, los trabajadores suecos están completamente cubiertos en el caso de quedar en paro, y para pagar visitas médicas y medicamentos. La cobertura del desempleo es una herencia de los tiempos que el país era sindicalista casi al 100%, un origen socialista que, además, es la que ha influido decisivamente en todo este sistema de cobertura social, con la idea de que es el Estado quien cuida a sus ciudadanos. En Suecia, cuando un habitante (sea trabajador, autónomo, empresario, ama de casa o estudiante) esté registrado en el Försäkringskassan, sabe que desde ahí le coordinarán casi todos los servicios y prestaciones que puede recibir a lo largo de su vida. A excepción de la del paro.
«La prestación de desempleo no forma parte del programa de cobertura social del Gobierno», explica Fredrik Möller, portavoz del Arbetsförmedlingen, que es la oficina pública de empleo, pero que no paga directamente las prestaciones, sino que se dedica a facilitar la búsqueda de un nuevo trabajo. Es una organización dirigida por una mallorquina casada con un sueco, Ángeles-Bermúdez-Svankvist, con 10.700 funcionarios para atender las necesidades de unos 380.000 parados, un 7,6% de la población activa. «Un número que subirá los próximos años, porque también notamos la crisis aquí, sobre todo por el descenso en consumo –dice Möller–. Y el paro afecta sobre todo a los trabajadores sin formación y de la industria y manufactura. En trabajos muy cualificados necesitamos gente, por lo que se busca cada vez más en el extranjero».
Seguro voluntario
Para poder cobrar el paro, un trabajador debe alistarse a uno de los A-Kasse, los fondos de cobertura de desempleo dirigidos por los sindicatos o colegios profesionales de cada gremio. Hay hasta más de 30 de estos organismos, según el trabajo que haga cada uno. Y según el gremio, se paga una cantidad u otra. «A la gente que trabaja en comunicación le pagamos unos 10 euros al mes, pero a los músicos, casi 45», explica Möller. Para poder cobrar el subsidio del paro, el trabajador debe haber sido miembro del sindicato al menos un año y haber trabajado seis meses, con un mínimo de 70 horas al mes. Entonces percibirá durante 200 días el 80% de su último sueldo, con un mínimo de 1.130 euros y un máximo de 2.387. Los siguientes 100 días, la prestación baja al 75% y después, por tiempo indefinido, al 65%, con la obligación de acudir a programas a tiempo completo de hasta 40 semanas para estudios de reciclaje. Quien no acaba esos programas, pierde el paro.
Aun así, nadie se queda sin cobertura total. «Sobre todo los inmigrantes no se apuntan a ese seguro voluntario de desempleo, por desconocimiento o falta de voluntad, pero nunca se deja a nadie sin ninguna prestación. En Suecia hay muchas formas diferentes para asistir a las personas», según Fredrik Möller. Además, es al final el Estado, con los impuestos cobrados, quien financia indirectamente este complejo sistema de desempleo, ya que el dinero que ingresan los A-Kasse apenas les llega para cubrir los gastos administrativos de sus organizaciones.
Y ni con esa cobertura casi al 100%, la felicidad en el paraíso social de Suecia es completa. En unos jardines justo enfrente de la sede central del Försäkringskassan en Estocolmo, ante la puerta de la iglesia de Santa Clara, se juntan cada día unas 150 personas para recibir una bebida caliente y, cada jueves, un plato de comida. «Hay unas 700 personas sin techo en Estocolmo, para quienes sobre todo el invierno es muy duro», comenta Lars Erik, uno de los voluntarios que atiende a los necesitados, aunque algunos lucen muy buen aspecto. «No podemos pedir a la gente el DNI de pobre, aquí se da comida a todo el mundo que lo pida». Según el voluntario, el número de personas que necesita ayuda ha crecido en los últimos años. «Suecia siempre ha sido buena para sus habitantes, pero supongo que todo tiene un límite».
Disfrutar de los impuestos
Y para que ese Estado sea «bueno» y siga siéndolo, a la mayoría de sus ciudadanos no les importa los elevados impuestos y contribuciones que pagan, entre ellos también para visitas al médico (un máximo de 100 euros al año) y medicamentos (200 euros al año). «El impuesto es alto, pero si te pones a pensar vale la pena, porque no te tienes que preocupar de nada, te lo arreglan todo. Es un país muy serio en eso, no creo que haya otros países así. Si en España no sabes a dónde va a parar tu dinero, aquí disfrutas luego los impuestos en todos los sentidos», dice Emilio Hernández, un salmantino que lleva 40 años en Estocolmo y regenta el restaurante La Bodega.
Fuera hace frío, pero no tanto para los suecos. Ellos y ellas van bien abrigados, en todos los sentidos. «Es un país muy bueno para vivir y para que tus niños crezcan», dicen las tres madres en Wayne’s Coffee. Ni deben preocuparse luego por los colegios; solo hay lista de espera para los privados, que son muy pocos.
Todo empieza con inocencia, rabia, socorro, desesperanza, terror, tristeza, vergüenza. Luego hay agotamiento, bronca, pena, resistencia, la confrontación y una explosión. Siguen la asistencia, la pureza, el reflejo, amor, pasión. Y se acaba, en la última pared, con confianza, fuerza, atrevimiento, protección, disfrute. Aunque el visitante no se libra tan fácilmente, tras ver la última de las 30 fotografías y girarse para tomar el camino hacia la salida. Delante, casi por sorpresa, en un pilar, topa con un espejo, con su propio reflejo, aunque la palabra más apropiada sería reflexión. Una pregunta le invita a ella: «¿Y tú, qué vas a hacer?» Porque si no hace nada, tal vez le tocará la sentencia con la que pocos minutos antes había comenzado su recorrido por la pequeña exhibición: «La próxima eres tú».
La próxima eres tú es el título del ambicioso proyecto de dos jóvenes mujeres llegadas hace unos años a Barcelona desde fuera y que se sorprendieron al leer tantas noticias en este periódico sobre mujeres asesinadas por su marido, su hombre, su pareja, su ex. Naomi Williams decidió coger su cámara y se propuso el año pasado realizar una foto, un retrato, para cada mujer asesinada. Petra van Poelje, igualmente holandesa, quiso ayudar en organizarlo todo y buscar sitios donde exponer esas fotos, que desde hoy y hasta el domingo será, para empezar, la galería Cosmo, un bar y centro de exposición en el cruce de Enric Granados con Diputació, antes de comenzar en abril en el Guinardó un periplo por al menos siete centros cívicos. Algunos incluso organizarán talleres para tratar el tema.
«La idea es concienciar a la gente de que hay que actuar muy pronto, que si alguien ve indicios de violencia machista en casa del vecino o de un familiar, que pregunte, que actúe, que avise», me dicen Naomi y Petra mientras ultiman detalles de la exhibición, que incluye, bajo los cristales de las mesitas del bar, recortes de periódico con noticias sobre mujeres muertas.
Pero las holandesas no solo hablan de mujeres, pese a que su obra lleva el título en femenino. Entre los retratados hay hombres y el número de fotos expuestas, 30 –las otras 43 forman parte del vídeo que también proyectan– es una referencia al número de hombres que, según datos que las dos han recopilado, murieron el año pasado como víctimas de la violencia de sexo: envenenados o incluso llevados al suicidio. Por supuesto que son las mujeres quienes más sufren esta violencia doméstica, pero Naomi y Petra quieren resaltar que es una violencia que no se puede limitar a nacionalidad, procedencia, estatus social, educación, infancia o sexo. Que todo el mundo puede sufrirla, que cada uno de nosotros puede ser «la próxima».
Y así, en las fotos salen rubios y negras, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, frágiles y fuertes, bebés y barrigas. Hablan sobre todo los ojos, con una lágrima, con un desespero, pero con una sonrisa también.
En el día mundial del agua, el 22 de marzo, las nubes amenazan durante casi todo el día con descargar la lluvia sobre la ciudad, pero se queda en eso, una mera amenaza. Así que me puedo ir tranquilamente de excursión a uno de los rincones más lejanos y desconocidos de Barcelona, a Trinitat Nova, en busca del agua. Es ahí donde se halla la Casa de l’Aigua, la antigua sede de la Compañía de Aguas construida en 1917, un pequeño complejo industrial y modernista del arquitecto municipal Pere Falqués que servía de depósito del agua procedente del Rec Comtal desde Montcada y que fue reconvertida después de años de abandono y lucha vecinal en un huerto urbano y que el ayuntamiento cedió a la fundación TriniJove. Además, hay una parada de metro de la nueva línea 11 con el mismo nombre y, cerca, la plaza del Aigua, al lado de las calles de Aiguablava y Aiguafreda, pero estas últimas están ahí porque a alguien se le ocurrió bautizar calles de Trinitat Nova con nombres de poblaciones de la Costa Brava, así que camino por la de Palamós, Platja d’Aro y S’Agaró y Sa Tuna, entre otras.
No es la plaza del Aigua la única plaza o calle en Barcelona que lleva en su nombre una palabra relacionada con el agua. Para empezar por el agua misma, serpentea por Collserola la carretera de las Aigües al que se puede llegar en Can Caralleu por el camino de las Aigües. La interminable carretera, en realidad un camino de tierra, fue construida también por la compañía de aguas, en este caso para llevar el agua del depósito de Sant Pere Martir a la subcentral de Tibidabo.
El récord de nombres líquidos lo llevan las fuentes, porque en el nomenclátor hay 28 calles y, en su mayoría, plazas que empiezan por Font. Luego, 11 calles se llaman Torrent y algo más, ocho son Riera o Riereta, otras ocho un Pou, y luego hay una veintena que son (y fueron) Sèquia, Rec, Riego, Banys, Basses, Riu y Mar. Mucha agua en una Barcelona delimitada por dos ríos y el mar y atravesada por esos torrentes, rieras y canales que, en su mayoría, bajaban de Collserola.
La plaza del Aigua en Trinitat Nova, que se encuentra entre la plaza de la Tierra y la plaza del Aire, es poca cosa. El ayuntamiento la bautizó así hace cuatro años, cuando se acababan de construir unos flamantes bloques de pisos, la mayoría de protección oficial. Lo de flamantes es un decir, porque de algunos balcones cuelgan pancartas que muestran cierto descontento de los vecinos en este barrio modernísimo y de gran contraste con los bloques vetustos de Trinitat Vella.
¿Piso ecológico? ¿Dónde? se dice en una sábana. Incasol no cumple, grita otra. Y un vecino ha optado por Basta ya con tanto abuso. La pancarta más original cuelga encima de la puerta de entrada a un aparcamiento soterráneo: Párking con filtraciones. No entrar sin paraguas. O sea, justo aquí, en el entorno de la Casa de l’Aigua, tienen problemas con el agua. Menos mal que, al final, no llueve.
Si alguien vio el pasado miércoles una pequeña hoguera en algún lugar de Barcelona, un fuego que mantenía el sol vivo hasta el amanecer, seguramente había sido encendida por uno de los 260 iranís que, según las estadísticas oficiales, habitan en la ciudad. Celebraban el Chaharshanbe Suri. La primera palabra significa miércoles, la segunda rojo. Es el preludio mágico y festivo del Nouruz, Nowruz o Newruz, el año nuevo en la antigua Persia, Kurdistán y entorno que coincide con la entrada de la primavera en el hemisferio norte, que este año será este lunes a las 0.21 horas en España y que la gente de estos países estará celebrando ya todo este fin de semana.
No son como los chinos, que celebraron su año nuevo a principios de febrero y que hacen más ruido porque son muchos más en Barcelona que los inmigrantes de Asia central que festejan el Nouruz: además de los 260 de Irán, aquí viven 102 personas procedentes de Kazajstán, 93 de Afganistán (solo hombres, ¡ninguna mujer!), 66 de Irak, 63 de Uzbekistán, 14 de Kirguistán, cinco de Tajikistán y cuatro de Turkmenistán. De los kurdos turcos no existen cifras exactas.
Algunos de ellos se presentaban anoche en la Casa Asia, en el magnífico Palau de Quadras de la Diagonal, pero en un ambiente muy alejado de la fiesta familiar y vecinal, con grandiosos banquetes, en sus pueblos de origen. Más que reunir a la gente de la antigua Mesopotamia, en Casa Asia quieren enseñarnos a nosotros, los de aquí, lo que son las costumbres de allí, aunque lo mejor es vivirlo con una familia o una comunidad de aquellos países.
Leo un texto de Nazanín Amirian, profesora iraní afincada en Barcelona, para descubrir algunas de esas costumbres tan sorprendentes. Así, según la mitología persa, la Tierra se sujeta sobre uno de los cuernos del toro sagrado y cuando este se cansa -algo que sucede una vez al año, justo con Sal Tahvil, lo que sería aquí el equinoccio de primavera- la pasa a su otro cuerno. Y los iranís, para que se den cuenta de ese movimiento de la Tierra, colocan un huevo sobre un espejo creyendo que el huevo se mueve justo con Sal Tahvil.
Pero la celebración difiere de un lugar a otro. En la Casa Asia me encuentro con Mehmet Akin, un kurdo de Estambul, que espera el gran día de fuego para el domingo o lunes. «Espero que se haga aquí en Barcelona, porque es muy importante para nosotros saltar el fuego». Eso tiene que ver con la leyenda kurda, me cuenta, de un rey que, hace 2.500 años, cada día daba de comer a sus serpientes la cabeza de dos niños. Hasta que llegó el herrero Kawa con sus dos hijos, elegidos aquel día para morir, y mató al tirano un 21 de marzo, inicio de la primavera. Arrancó ahí una nueva era que la gente celebró saltando fuegos en toda Mesopotamia. Y Mehmet me enseña su pulsera kurda, con los colores del herrero (verde), del fuego (rojo) y del sol (amarillo), cinta que no podría llevar o enseñar en Turquía.
El primer hotel donde me alojé en Barcelona, a mediados de marzo de 1986, o sea justo hace 25 años, con ocasión del referendo sobre la permanencia de España en la OTAN, sigue en pie en toda su sencillez y con exactamente los mismos letreros en la placita de Ramon Torres i Casanovas. Hostal Residencia Sants, la típica pensión de un barrio ferroviario -aunque, curiosamente, el entorno de la estación de Sants nunca ha sido muy ferroviario- sigue ofreciendo prácticamente las misma vistas de entonces, dominadas por las vías de tren y metro que justo ahí se cuelan en las entrañas de la ciudad, en la tupida red de túneles oscuros.
Y si desde una de las ventanas del hostal se mira aún más a la izquierda, emerge justo al lado de esas vías un edificio llamativo que en 1986 aún albergaba una sede de los trabajadores del metro, que abandonarían cuatro años después. Los empleados de TMB incluso habían construido una capilla y aun ahora es visible desde fuera el campanario. Pero lo realmente llamativo es toda la fachada, una amalgama de colores y dibujos. Los grafiteros respetan el dibujo, tal vez por su calidad, porque tengo una foto de la misma fachada, en la calle de Jocs Florals, de hace cinco años y no ha cambiado absolutamente nada; el único añadido son unas grietas provocadas por el paso del tiempo.
El edificio, Can Vies, estaba de fiesta el fin de semana, tras recibir la compleja resolución judicial ante la demanda de TMB de desalojarlo, que el juez desestimó, aunque mandó a la calle a una de las muchas organizaciones que lo habitan. El sindicato CNT ya tiene extinguido su contrato en precario de 1984. Pero los demás pueden permanecer, de momento, en su «laboratorio disidente donde experimentar prácticas antagonistas», o sea en un Can Vies okupado desde 1997 y que ya forma parte de la vida cultural y asociativa de Sants. «Can Vies és del barri», es uno de los lemas de los okupas contra la eterna amenaza del desalojo. No es que a todo el mundo le gusta: a Teresa, vecina de la misma calle, le gustaría recuperar la entrada al metro de Mercat Nou -de las poquísimas estaciones al aire libre-, pero el plan de TMB es derribar Can Vies para construir solo una salida de emergencia.
Pero más que ese presente de Can Vies me intriga el pasado. Sobre su puerta principal, donde al sonido del timbre no responde ningún inquilino, figura el año 1879 y hay fotos de aquella época, de su parte posterior construida sobre el túnel por donde ahora pasa la línea 1 del metro. Los archivos dicen que fue al principio un almacén para material del metro, pero ese metro no empezó a construirse hasta cuatro décadas más tarde y este tramo, de plaza de Catalunya a La Bordeta, fue inaugurado en 1926. ¿Puede ser que las vías de aquella foto fueron las del ferrocarril entre Barcelona y Molins de Rei, inaugurado en 1854, y que estas luego se transformasen en las actuales vías del Ferrocarril Metropolitano Transversal, el metro?